Lisboa, 1952.Una mañana invernal de mediados del siglo pasado, que se vislumbra como cualquier otra. Un bloque de vecinos, de los muchos levantados en cada barriada, en una ciudad que bien podría ser la de cualquiera. Empieza un nuevo día, uno de tantos, y los vecinos se apresuran a sus trabajos, se desperezan en sus camas, se acicalan en sus baños o se afanan en sus cocinas. En apariencia, nada parece advertir al lector de que, lentamente y casi de puntillas, está a punto de dejar de contemplar la fachada de este anodino vecindario, de atravesar el umbral de la puerta del edificio, de adentrarse –a través de esa claraboya que da luz y título a la novela– en cada casa, en cada vida, y de espiar las frustraciones, anhelos, nostalgias, ilusiones, miedos, alegrías y tristezas de unas gentes que, por corrientes, resultan universales.
Un conmovedor microcosmos que tiene como telón de fondo la dictadura de Salazar, la más longeva de Europa; como música ambiental la
Tercera Sinfonía de Beethoven, la Marcha Fúnebre de Chopin, La danza de los muertos de Honegger, el fado portugués; como autores de cabecera a Shakespeare, Diderot, Eça de Queirós. Y una pregunta de Fernando Pessoa que flota en el denso, tantas veces enrarecido ambiente que lo envuelve: « ¿Deberemos ser todos casados, fútiles, tributables?».
Esto es, en esencia, Claraboya, la obra que José Saramago escribió hace más de sesenta años, entre los cuarenta y cincuenta del pasado siglo, y cuyo manuscrito entregó a una editorial portuguesa en 1953.
Pero, ¿por qué ahora esta publicación?, ¿cómo es posible que Claraboya siguiera inédita 60 años después? La historia resulta tan conmovedora y asombrosa que bien podría haber sido argumento de una de las novelas que el Nobel portugués regaló a los lectores a lo largo de su vida.
Pilar del Río, presidenta de la Fundación José Saramago y traductora de su obra, cuenta en el prólogo de Claraboya –titulado El libro perdido y hallado en el tiempo– que una mañana de 1989 Saramago recibió una llamada de la editorial para informarle de que el manuscrito había sido encontrado en una mudanza de sus instalaciones y que considerarían un honor publicarlo entonces. "Obrigado, ahora no", respondió el autor. Ese mismo día recuperó su novela y tuvo, por fin, una respuesta por parte de la editorial a la que le había confiado el original de Claraboya, "la que le fue negada cuarenta y siete años atrás, cuando tenía treinta y uno y todos los sueños a punto. Aquella actitud de la editorial le sumió en un silencio doloroso, imborrable y de décadas", explica del Río. No en vano, no volvió a escribir hasta veinte años después.
Aunque sus más cercanos intentaron convencer a Saramago de que publicara Claraboya, "donde ya se observaba lo que después acabaría desarrollando plenamente: su propia narrativa", una vez recuperada, el autor decidió que no se editaría mientras viviera.
Ahora, Alfaguara publica Claraboya, para regocijo de sus lectores en castellano, quienes también podrán constatar lo que el mismo autor señaló: que muchos aspectos de este libro, el segundo que escribió después de la publicación en 1947 de Tierra de pecado, están relacionados con su modo de ser. "¿Cómo es posible que el jovencito de veintitantos años escribiera con tanta madurez, tan seguro, que ya enunciara obsesiones literarias y dejara ver su mapa de trabajo y sentimental de una forma tan explícita? […] ¿De dónde sacó Saramago la sabiduría, la capacidad de retratar personajes con tanta sutileza y economía narrativa, de proponer situaciones anodinas y sin embargo tan profundas como universales, de transgredir de forma tan serenamente violenta?", se pregunta Pilar del Río en la introducción.
Claraboya es, sin duda, una novela de personajes. En ella están contenidos los personajes masculinos de Saramago, "esa colección de hombres de pocas palabras, solitarios, libres, que necesitan el encuentro amoroso para romper, siempre de forma momentánea, su forma concentrada e introvertida de estar en el mundo", explica su traductora. Y continúa: "También en Claraboya están las mujeres fuertes de Saramago. Cuando el autor se recrea en los personajes femeninos, la capacidad transgresora se hace más evidente y descarnada".
No es, ni mucho menos, un libro político pero sí resulta transgresor para la época en que fue escrito. Quizás por eso nunca se publicó, se dice en el prólogo: "Demasiado fuerte, demasiado arriesgado, viniendo de un autor desconocido, demasiado trabajo defenderlo ante la censura y la sociedad, para el poco provecho que aportaría. De ahí que el libro se quedara relegado, sin un sí comprometido, sin un no que pudiera comprometer en el futuro".
Sea como fuere, este es el momento en que Claraboya ve la luz, por expreso deseo de su autor, que dejó en manos de sus herederos la decisión de su publicación. Un regalo que los lectores de Saramago se merecían.
Sinopsis
Claraboya es la historia de un edificio en el que viven seis humildes familias cuyos miembros "se ven sucesivamente envueltos en un enredo", según palabras del propio autor.
Silvestre, el zapatero, se dispone a empezar una nueva jornada de trabajo mientras su mujer canturrea por la cocina; dos viejas hablan de cosas mil veces dichas al tiempo que Adriana sale a la calle, camino del trabajo, en una mañana de niebla liviana que a su hermana Isaura se le antoja llena de imprecisiones y de sueños; Justina pide a las vecinas de arriba que procuren no hacer ruido para no despertar a su iracundo marido, que duerme después de su trabajo nocturno; Anselmo se va a trabajar preocupado por su hija enferma mientras la joven se hace la dormida a ojos de su madre; la mantenida Lidia duda entre dormir y levantarse en este día que, como tantos otros, no tiene nada que hacer; Carmen manda un recado a su hijo, para disfrutar de la placentera soledad, ahora que su marido ha salido dispuesto a agotar una nueva jornada laboral.
La rutina, el vivir cotidiano, teje hilos invisibles que atrapan y relacionan a los distintos personajes en una trama, que no es otra cosa que la misma vida, donde –en palabras de Pilar del Río– "la familia no es sinónimo de hogar, sino de infierno, las apariencias tienen más fuerza que la realidad, ciertas utopías que aparecen como objetivos loables son, páginas después, descritos como relativos, donde se condenan de forma explícita los malos tratos a las mujeres o se narra con naturalidad el amor entre personas del mismo sexo, expresado con angustia personal aunque sin condena por la mirada del autor".
Amanece en Lisboa en una época marcada por la desesperanza, la necesidad, las grandes frustraciones, las pequeñas ilusiones y la nostalgia de otros tiempos que ni siquiera fueron mejores. El día no ha hecho más que comenzar…
Extractos de Claraboya
"La dos tazas de café humeaban sobre la mesa y había en la cocina un olor bueno y fresco a limpieza. Las mejillas redondas de Mariana resplandecían y todo su cuerpo obeso retemblaba y vibraba al moverse entre los fogones.
– ¡Cada vez estás más gorda, mujer!...
Y Silvestre rió. Mariana rió con él. Dos niños, sin quitar ni poner nada. Se sentaron a la mesa. Tomaron café caliente con grandes sorbos ruidosos, jugueteando. Cada uno quería vencer al otro sorbiendo."
"Silvestre dejó el zapato y asomó la cabeza fuera de la ventana. No era cotilla, pero le gustaban las vecinas del segundo, buenas clientas y buenas personas."
"Isaura dejó morir el diálogo y cerró la ventana despacio. No le disgustaba el zapatero, su aire al mismo tiempo reflexivo y risueño, pero esa mañana no se sentía con ánimo para conversaciones. Tenía un montón de camisas para acabar antes del fin de semana. De buena gana acabaría de leer la novela. Sólo le faltaban unas cincuenta páginas y estaba en el capítulo más interesante. Esos amores clandestinos, sustentados a través de mil pericias y contrariedades, la tenían prendida."
"De la escalera le llegó un ruido de escoba. Enseguida, la voz aguda de doña Carmen entonó una copla melancólica. Y al fondo, tras esos ruidos de primer plano, el zumbido perforador de una máquina de coser y los golpes secos de un martillo sobre una suela."
"A Justina no le gustaba la vecina de al lado. Le tenía rabia porque era bonita y, sobre todo, porque era una de esas mujeres mantenidas […] Pero le estaba agradecida porque le proporcionó el pretexto para romper con el marido definitivamente. Gracias a Lidia, pudo unir a sus mil razones la razón mayor."
"La velada recomenzó, ahora más apagada y silenciosa. Dos mujeres viejas y dos que ya le dan la espalda a la mocedad. El pasado para recordar, el presente para vivir, el futuro para recelar."
"Padre e hijo no se amaban, ni poco ni mucho: simplemente se veían todos los días."
"No deseaba recomenzar. No porque le gustara Paulino Morais: engañarlo no le provocaría ni sombra de remordimiento, y si no lo hacía era, sobre todo, por preservar su seguridad. Conocía demasiado a los hombres para amarlos."
"Adriana depositó el libro y poco después lo olvidaba. No apreciaba mucho los libros […] los encontraba pesados. Para contar una historia llenaban páginas y páginas y, al final, todas las historias se pueden contar en pocas palabras."
"Al salir del periódico, Caetano había tenido una aventura, una aventura inmunda, que eran las que más le gustaban. Por eso sonreía. Apreciaba las cosas buenas y se deleitaba dos veces con ellas: cuando las experimentaba y cuando las recordaba."
"–Cuando seas mayor querrás ser feliz. Por ahora no piensas en ello y lo eres precisamente por eso mismo. Cuando pienses, cuando quieras ser feliz, dejarás de serlo. Para siempre. Tal vez para siempre…"
"Según un acuerdo tácito entre los dos, cuando Rosalía se cambiaba de ropa para acostarse, Anselmo no bajaba el periódico. Hacerlo sería, en su opinión, una indignidad. La opinión de ella era que tal vez no hubiera ningún mal… Rosalía se acostó sin que el marido le viera ni la punta de los pies. Así era digno, así era decente…"
"Vivía mantenida desde hacía tres años. Le conocía los tics, la idiosincrasia, los movimientos. Y, de éstos, el que más recelaba que hiciera era, aún sentado, desabotonarse al mismo tiempo los dos tirantes. Lo hacía siempre al mismo tiempo. Lidia sabía lo que eso significaba. Ahora estaba tranquila: Paulino Morais fumaba y, mientras el puro durara, los tirantes seguirían en su sitio."
"Con un movimiento sinuoso, Isaura se acercó a la hermana. Le sentía el calor de todo el cuerpo. Despacio, una de las manos recorrió el brazo, desde la muñeca al hombro, despacio la introdujo bajo la axila cálida y húmeda, despacio se insinuó debajo del pecho. La respiración de Isaura se hizo precipitada e irregular. La mano bajó hacia el vientre, sobre el tejido leve del camisón. La hermana hizo un movimiento brusco y se quedó de espaldas."
"Algo pasó en la mirada del hombre que la chica comprendió. Ni uno ni otro apartaron la mirada. El pecho de María Claudia palpitó, los senos ondularon. Paulino sintió que los músculos de la espalda se distendían lentamente. En el pasillo sonaron los pasos de Lidia que regresaba. Cuando ella entró, Paulino reorganizaba la billetera con escrupulosa atención y María Claudia miraba la alfombra."
"¿Me quieren casado, fútil y tributable?", se preguntó Fernando Pessoa. "Es esto lo que la vida quiere de todo el mundo?", se preguntaba Abel. El sentido oculto de la vida… "Pero el sentido oculto de la vida es que la vida no tiene ningún sentido oculto". Abel conocía la poesía de Pessoa."
"De la escena nocturna en que Justina se mostró desnuda por primera vez frente al marido, nunca se habló. Caetano por cobardía, Justina por orgullo […] Justina no sospechaba el efecto que su presencia le producía al marido. Lo veía nervioso, excitable, pero atribuía ese estado al redoblado desprecio con que la trataba […] Fue a oscuras. Al primer contacto, Justina reconoció al marido. Sumergida aún en el sueño, hizo unos movimientos confusos para defenderse. Pero él la dominó, aplastándola contra el colchón."
"No más desprecio, no más indiferencia. Ahora era odio lo que sentía. Odiaba al marido y se odiaba a sí misma. Recordaba que se había entregado con la misma furia con que él la poseía. Dio unos pasos indecisos en la cocina, como si estuviera en un laberinto. Por todas partes, puertas cerradas y caminos sin salida."
"Estoy libre, no hay duda, pero ¿para qué sirve la libertad si no tengo los medios para beneficiarme de ella? Si sigo pensando de esta manera, acabaré deseando que regresen…"
"–Abel: ¡todo lo que son sea construido sobre el amor generará odio!
–Tiene razón, amigo mío. Pero tal vez tenga que ser así durante mucho tiempo… El día en que sea posible construir sobre el amor aún no ha llegado todavía…"
Tomado de:
http://www.prisaediciones.com/uploads/ficheros/libro/dossier-prensa/201203/dossier-prensa-claraboya.pdf